Pioneras by Silvia Coma

Pioneras by Silvia Coma

autor:Silvia Coma [Silvia Coma]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2020-04-17T16:00:00+00:00


19

En el poblado, los tipis se sucedían los unos a los otros en curiosas filas que zigzagueaban entre sí; era como entrar a caballo en una aldea fantasma, con las aceras desiguales y las chozas dispuestas en un orden asimétrico. Los comanches fabricaban las tiendas con pieles de búfalo, que estiraban y clavaban al suelo con estacas o mástiles cada vez que se trasladaban. En aquella breve incursión al campamento quahadi, aprendí que la piel de búfalo aislaba el calor durante los meses de julio y agosto, en los que apenas se podía respirar, y ahuyentaba el frío del invierno.

Uno de los tipis se había destensado por una de las paredes laterales. Las mujeres se arrodillaban en torno a este y clavaban las estacas en el suelo. Sus brazos, fuertes y tostados por el constante trabajo al sol, se movían con ahínco.

—Esas squaws nunca dejarán de sorprenderme. Montan ellas los tipis, los desmontan, lo guardan todo dentro de la piel de búfalo y se los cargan a la espalda como un puñetero saco. —Randy hablaba con un tono grave que traslucía una profunda admiración—. ¿Lo sabías, Manuel? No hay nada que esas mujeres no sepan hacer. ¡No, señor! Despellejan a los animales, crían a los niños, tejen sus propias ropas, cocinan, lavan las mantas, los vestidos, cuidan de la casa… Incluso torturan a los cautivos. Esas squaws son unas buenas piezas. ¡Ya te digo, muchacho! Aunque no me casaría con una de ellas ni aunque me pagaran mil dólares. ¡Ah, no! He visto demasiado, chico. Dios sabe que he visto demasiado.

Esto último lo anunció con la voz velada, una mezcolanza de desánimo y nostalgia, e intuí que estaría pensando en Estrella de la Mañana. Arrugó la nariz y se quedó callado. Al cabo de unos segundos, volvió a retomar la conversación, forzando un tono neutro y analítico, desprovisto de sentimentalismos.

Junto a aquellos hombres comenzaba a comprender que en el Oeste no había lugar para la emoción.

—Mientras sus maridos celebran sus victorias, ellas fustigan a los prisioneros e incluso los mutilan. —Aquí, su expresión se volvió sombría y oscura—. Los comanches matan a sus mujeres a trabajar hasta que acaban exhaustas. Eso es lo que hacen. Lo peor es que no han conocido nada más. Creen que esta es la vida que les depara el Gran Espíritu. Es curioso… Muchas de las cautivas que hemos rescatado a lo largo de todos estos años no querían volver. La mayoría, te diría yo. Como el caso de Naduah. Ay, por todos los diablos, esa pobre chiquilla… —Se santiguó Randy.

Recordé lo que me había contado Jesse acerca de los cautivos. Aquel nombre, como cualquier dato que pudiera esclarecer el pasado de aquellos hombres y ayudarme a conocerlos mejor, me generaba curiosidad. Randy había dado rienda suelta a su característica verborrea y las palabras brotaban de sus labios como la corriente en la desembocadura de un río.

—¿Naduah? ¿Quién es Naduah? —pregunté, aprovechando el momento.

—Naduah, la pobre Naduah —suspiró Randy—. Fue muy famosa, ya hará algunos años, claro.



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